..."*Kant escribió un tratado sobre las fuerzas vivas, yo en cambio quisiera escribir sobre las mismas una nenia y una trenodia, pues su uso harto más frecuente para golpear, martillar y aparearse han hecho de mi vida entera un suplicio diario. Sin embargo hay personas, y muchas, que sonríen, porque son insensibles al ruido: pero se trata precisamente de aquellos que son insensibles tambien a las razones, a los pensamientos, a los poemas y obras de arte, en una palabra, alas impresiones espirituales de cualquier tipo, debisdo a la composición resistente y a la textura firme de su masa cerebral. Por el contrario encuentro quejas sobre el suplicio que causa el ruido a as personas pensantes en la biografías de casi todos los grandes escritores, como por ejemplo Kant, Goethe, Lichtenberg, Tucholsky, Frisch...Me lo explico así: como un gran diamante cortado en pedazos sólo equivale en valor a esos fragmentos pequeños; o como un ejército que cuando se dispersa, es decir cuando se disgrega en pequeñas cuadrillas, ya no es capaz de nada; del mismo modo un gran espíritu no logra más que uno normal ni bien es interrumpido, perturbado, distraído, desviado; porque su superioridad deriva de concentrar todas sus fuerzas, como un espejo cóncavo todos sus rayos, en un punto y objeto, ue es lo que precisamente le impide la interrupción ruidosa. Es por eso que los espíritus eminentes siempre han sido tan extremamente enemigos de cualquier molestia, interrupción o distracción, sobre todo la violenta producida por el ruido, mientas que a los otros no les inquieta especialmente. La más sensata e ingeniosa de todas las naciones europeas ha llamado a la regla never interrupt -no debes nunca interrumpir- el onceno mandamiento. El ruido es la más impertinente de todas las interrupciones, porque interrumpe porque e incluso destroza hasta nuestro propios pensamientos. Pero donde no hay nada que interrumpir, es natural que no sea percibido como algo extraño. ( A veces me tortura y molesta un ruido moderado continuo por un rato antes de que tome conciencia de él, lo siento como un entorpecimiento constante de mi pensar, como un bloque en los pies, hasta que me doy cuenta de lo que es).
Ahora bien, pasando el genus a la species, tengo que denunciar como al más irresponsable e infame de los ruidos el chasquido verdaderamente infernal de los látigos en los retumbantes callejones d ela ciudad. Este estallido repentino, agudo, tronchador de cerebros y asesino de pensamientos tiene que provocarle dolor a cualquiera que transporte en su cabeza algo aunque más no sea parecido a un pensamiento: cada uno de estos estallidos debe molestar por eso a cientos en sus tareas intelectuales, por muy bajo que sea su género, pero en el caso del pensador atraviesa sus meditaciones de forma tan dolorosa y mortífera como la espada del verdugo entre cabeza y tronco. Por otra parte, hay que tener en cuenta que estos malditos latigazos no sólo son innecesarios, sino incluso inútiles. El efecto psicológico que se procura generar en los caballos a través de éstos se ve, por la costumbre que ha causado el abuso incesante de la cuestión, completamente embotado y no se produce: ellos no aceleran su paso, como se puede ver especialmente con los coches de alquiler vacíos o en busca de clientes que, viajando a paso lentísimo, chasquean constantemente: el roce más silencioso con el látigo hace mayor efecto. La cosa se presenta así comouna mofa desvergonzada de la parte de la sociedad que trabaja con los brazos contra la que trabaja con la cabeza. Que una infamia semejante sea tolerada en las ciudades es una gran barbarie y una injusticia; sobre todo porque es muy fácil de erradicar, mediante la prescripción policial de un nudo final de cada cuerda de látigo. No puede hacer daño llamarles la atención a los proletarios acrca del trabajo intelectual de las clases que se encuentran encima de la suya: poruqe ellos le tienen un miedo desenfrenado a todo trabajo intelectual. Un tipo que chasquea constantemente y a más no poder con su látigo de una braza de largo mientras cabalga postal vacío o sobre una carreta merece desmontar al instante para recibir cinco bienintencionados palazos, de lo contrario no me van a convencer todos los filántropos del mundo, junto con las asambleas legislativas que están, con buenos argumentos, por la abolición de todos los castigos físicos, en esta ternura tan generalizada para con el cuerpo y todas sus satisfacciones, ¿ha de ser el espíritu pensante el único que jamás experimente la más nimia consideración ni protección, por no hablar de respeto?
(Arthur Schopenhauer, capítulo 30 del segundo libro de las Parerga y Paralipomena, curiosamente titulado Über Lárm und Geräusch, es decir Sobre el ruido y el ruido, pues al igual que los esquimales para el color blanco, los alemanes tienen muchas palabras para el ruido, en cambio nosotros, como buenos descendientes de españoles, gracias que tenemos un vocablo para ese fenómeno tan arraigado a nuestra cultura que se confunde con ella hasta casi desplazarla)...